En todas las partes del mundo la población está tomando conciencia de la caducidad de un modelo de agricultura basado en la industrialización y de los estragos que, a nivel medioambiental, conlleva. Pesticidas, GMOs (Genetically Modified Organisms; también conocidos como transgénicos) o la deforestación de la Amazonia por el cultivo de la soja –entre otros factores– conviven con una demanda creciente de productos ecológicos, saludables y de producción local. Productos vegetales que han sido cultivados sin adobos ni pesticidas químicos y que no provienen de cultivos transgénicos.
Al mismo tiempo, formas alternativas de comprar y vender alimentos están ganando terreno a los esquemas de distribución imperantes, favoreciendo un sistema de relación e intercambio directo entre agricultores y consumidores que, cada vez, es menos casual y más organizado.
El modelo CSA (Community – supported agriculture) que está cada vez más extendido en países como Estados Unidos o Canadá, contempla que el consumidor invierta al inicio de la campaña en el agricultor local que, a su vez, le proveerá de alimentos. Así es como se construye un tejido social que facilita no sólo la labor del agricultor –en términos de supervivencia–, sino también el reconocimiento social de la profesión como un agente de cambio (verdaderamente revolucionario) para lograr un modelo de comunidad más saludable y sostenible.